Algo del Señor Emmet Fox
Por regla general, sólo después que se ha perdido la salud, y todos los recursos ordinarios de la medicina han fallado en proporcionamos alivio, es cuando nos decidimos seriamente a buscar esa comprensión espiritual del cuerpo como encarnación verdadera de la Vida Divina, única cosa que nos ofrece la garantía de superar la enfermedad y finalmente la muerte. Pero si, conocedores de nuestra verdadera naturaleza, nos volviésemos a Dios mientras nuestra salud es buena, no se daría nunca el caso de que cayésemos enfermos.
De igual manera sucede con la pobreza: sólo cuando la apretura económica se extrema, habiéndose perdido los más indispensables recursos, es cuando nos volvemos a Dios como último refugio, y aprendemos que el Poder Divino es en realidad la fuente de todos los bienes que la humanidad recibe, y que las cosas materiales no son sino los canales por los cuales se manifiesta la bondad de Dios.
Pero es necesario que esta lección sea aprendida a fondo antes de que un hombre pueda alcanzar experiencias más altas y amplias que las que tiene en el presente. En la Casa del Padre hay varias moradas pero la llave de la morada superior es siempre el dominio completo de aquélla en la cual estamos. Por eso resulta muy conveniente el hecho de que debamos aprender lo antes posible de dónde y cómo nos viene nuestra prosperidad. Si los que son prósperos reconocieran a Dios como la verdadera fuente de lo que tienen, mientras aún están prósperos, y oraran regularmente por mayor comprensión espiritual acerca de este punto, jamás tendrían que lamentar pobreza o estrechez económica de ninguna clase. Al mismo tiempo, hemos de tener presente que debemos emplear bien nuestros recursos actuales, no acumulando riquezas por egoísmo sino más bien reconociendo que es a Dios a quien todo pertenece en el mundo, y que nosotros no somos más que sus agentes u hombre de confianza. La posesión de dinero lleva consigo una responsabilidad ineludible.
Precisa que sea administrado con prudencia o, de lo contrario, habrá que atenerse a las consecuencias. Este principio general es aplicable a todos nuestros problemas, no solamente a las dificultades físicas o financieras, sino también a todos los otros males a que está sujeto el género humano. Ningún motivo de pesar -problemas de familia, altercados e incomprensiones, pecados y remordimientos, etcétera- nos quitará nunca la paz si buscamos en primer lugar el Reino de los Cielos y la Recta Comprensión. En cambio, si no lo hacemos así, todo aquello nos vendrá, aunque el sufrimiento nos reconfortará, a pesar de su apariencia ingrata.
En la Biblia "confort" significa Presencia de Dios, la cual es el final de toda lamentación.
Las iglesias ortodoxas nos han presentado con demasiada frecuencia un Cristo crucificado muriendo en la cruz; pero el que nos da la Biblia es un Cristo que se alza triunfante.
De, "El Sermón de la Montaña. Emmet Fox"