Como el hombre piensa

El verdadero cristianismo es una influencia totalmente positiva. Engrandece y enriquece la vida del hombre, la hace más amplia y mejor; nunca más mezquina. El conocimiento de la Verdad no nos puede acarrear la pérdida de nada que valga la pena poseer. Los sacrificios vienen sin duda, pero las cosas que hemos de
sacrificar son aquéllas cuya posesión nos hace infelices, no las que nos traen la felicidad. Muchas personas tienen la idea de que comprender mejor a Dios requiere la renuncia a muchas cosas que sentirían perder.
Decía una joven: "Confiaré en la religión más tarde, o cuando sea vieja, pero ahora quiero disfrutar un poco."
Esto es confundir la cuestión. Las cosas que uno tiene que sacrificar son el egoísmo, el temor y la idea de que la limitación es necesaria. Una cosa sobre todo ha de ser sacrificada: la creencia de que el mal tiene alguna resistencia o poder aparte del que nosotros mismos le concedemos creyendo en él. Acercarse a Dios no habría causado a aquella joven pérdida alguna de felicidad. Por el contrario, habría ganado un caudal inmenso de felicidad. Cierto es que, a medida que su alma fuera ganando en desarrollo, habría encontrado que ciertas formas del placer ya no le causaban satisfacción. Pero, de ocurrir esto, habría encontrado también una compensación mucho más valiosa en la nueva luz que iluminaría toda fase de su vida, y en los nuevos y maravillosos aspectos que vería en las cosas a su alrededor. Son sólo las cosas sin valor las que tienen que desaparecer bajo la acción de la Verdad.
Por otra parte, sería de todo punto insensato que una persona creyese que el conocimiento de la Verdad del Ser la colocaría por encima de la ley moral, autorizándola a quebrantarla. En tal caso descubriría muy pronto que había cometido un error fatal. Cuanto mayor es nuestro conocimiento espiritual, tanto más severo es el
castigo que nos acarrea si violamos la ley moral. El cristiano no puede permitirse el ser más descuidado que otros en la observancia rigurosa de todo el código moral; antes al contrario, debe ser mucho más cuidadoso que las demás personas. En efecto, todo desarrollo espiritual verdadero va acompañado necesariamente de un progreso moral definido. Una aceptación teórica de la letra de la Verdad puede ir acompañada de descuido moral (con grave peligro del delincuente), pero es del todo imposible Progresar en el aspecto espiritual a menos que se trate sinceramente de vivir según la ley moral. No es posible en manera alguna separar el conocimiento espiritual verdadero de la conducta justa y moralmente sana que le corresponde. Una "jota" (la
jota griega) significa "hod", la letra más pequeña del alfabeto hebraico. La "tilde", parecida a un "pequeño cuerno", es una de esas pequeñas prominencias que distinguen una letra hebraica de otra. Esto quiere decir que conviene no sólo vivir según la letra de la ley moral, sino también en los más mínimos detalles. Hemos de
mostramos no sólo según las normas morales corrientes, sino de acuerdo con el más elevado concepto del honor.
Los escribas y los fariseos, a pesar de sus defectos, eran en su mayor parte hombres honrados, que obedecían en su vida particular la ley moral tal como la comprendían. Por desgracia, no conocían más que la letra de la ley a la cual se conformaban escrupulosamente, cumpliendo su deber tal como lo concebían. Sus defectos consistían en la fatal debilidad que surge dondequiera que haya formalismo religioso: orgullo espiritual y presunción de la propia rectitud. Ellos eran completamente inconscientes de tales defectos, creían obrar bien en todo, lo cual es la mortal ilusión de estas enfermedades del alma. Jesús comprendió esto y le dio su lugar; de ahí que advirtiera a sus seguidores que, a menos que su conducta fuera tan buena como la de
aquella gente, y aun mejor, no debían en modo alguno suponer que estaban progresando en el camino espiritual. El desarrollo espiritual y el nivel más alto de conducta deben ir juntos. No puede existir lo uno sin lo otro.
De, "El Sermón de la montaña. Emmet Fox"