El mensaje

El mensaje profundo de la Biblia nos es presentado a través de formas diversas: historia, biografía, así como lírica y otras formas poéticas; pero sobre todo se emplea la parábola para expresar la verdad espiritual y metafísica. En ciertos casos, lo que nunca había sido destinado a ser más que una parábola, fue interpretado literalmente durante algún tiempo; de ahí que a menudo haya parecido que la Biblia enseña cosas en completa contradicción con el sentido común. Un ejemplo de esto lo tenemos en la historia de Adán y Eva en el Jardín del Edén. Interpretado correctamente, este relato es tal vez la más maravillosa de todas las parábolas. No fue el objeto del autor presentar esta historia como verídica, pero muchos la han tomado así, dando origen a toda una serie de absurdas consecuencias.
La Clave o interpretación espiritual de la Biblia nos libera de todas estas dificultades, dilemas y aparentes inconsecuencias. Al mismo tiempo, nos evita caer en las falsas posiciones del ritualismo, del evangelismo y también del llamado liberalismo, porque nos da la Verdad. Y la Verdad viene a ser nada menos que la sorprendente pero innegable realidad de que todo el mundo exterior -sea el cuerpo físico o las cosas comunes de la vida, los vientos y la lluvia, las nubes, la tierra misma- está sujeto al pensamiento del hombre, y que él puede dominarlo cuando adquiere conciencia de ello. El mundo exterior, lejos de ser una prisión de circunstancias como comúnmente se le supone, no tiene en realidad ningún carácter propio, ni bueno ni malo.
Su carácter es ni más ni menos que el que nuestros pensamientos le dan. Es plástico a nuestro pensamiento, cuya forma toma, y ello es cierto, entendámoslo o no, querámoslo o no.
Los pensamientos que a lo largo del día ocupan nuestra mente, nuestro lugar secreto, están modelando nuestro destino hacia lo bueno o hacia lo malo. Verdaderamente, toda la experiencia de nuestra vida no es más que la proyección externa de nuestro pensamiento.
Ahora bien, está en nosotros elegir la clase de pensamientos que albergamos en nuestro receptáculo mental.
Acaso sea difícil cambiar el rumbo ordinario de nuestro vicioso modo de pensar, pero puede hacerse.
Podemos escoger la índole de nuestros pensamientos -y en efecto, siempre lo hacemos así-, por
consiguiente, nuestras vidas son justamente el resultado de nuestra selección mental. Son, por lo tanto, la hechura de lo que nosotros mismos hemos dispuesto, y en consecuencia, existe perfecta justicia en el universo. No existen sufrimientos como consecuencia del pecado original de otro, sino que recogemos la cosecha que nosotros mismos hemos sembrado. Poseemos libre albedrío, pero este albedrío descansa en nuestra selección mental.  

De, "El Sermón de la Montaña. Emmet Fox"

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